sábado, 24 de septiembre de 2011

En Prensa (La Voz de Galicia) Las luces de la eternidad

Quizás, como tantas veces ocurre, nos falte también hoy la perspectiva necesaria para valorar en su verdadera dimensión lo sucedido ayer en Mondoñedo, uno de esos pocos lugares de Europa en los que la magia de lo literario hacen que todas y cada una de las piedras de la ciudad habiten un reino que existe sin necesidad de fronteras. Y es muy posible, por tanto, que tampoco seamos capaces -o que tampoco sea capaz uno, vaya, este que les habla; ya está bien de ocultarse tanto detrás de los plurales- de entender hasta qué punto monseñor Cal Pardo y monseñor García Amor representan, con su vida y con su obra, lo mejor de una cultura, la de la herencia cristiana, que sigue dándonos refugio en este tiempo de tempestades. Pero incluso así (es decir, hasta aceptando que para poder ver en toda su dimensión lo que es de verdad valioso y grande, habría que tomar, como tantas veces se ha dicho, una cierta distancia), importa dar hoy testimonio de que Galicia no sería lo mismo sin lo que tanto don Enrique como don Eugenio le han dado. Al tiempo que entregaban la vida y el corazón a la Iglesia, Cal Pardo, entre los pergaminos catedralicios que ha salvado del olvido, ha hecho posible que Galicia comprendiese la verdadera esencia de unos siglos que se desdibujaban ya entre las nieblas del pasado, y García Amor, por cierto un poeta excelente, ha trabajado en silencio para mantener unida una diócesis que es heredera de los cristianos bretones que llegaron en los siglos V y VI recordándonos que Dios está en los ojos de los vencidos. Nada de ello le ha pasado al Papa desapercibido. Estoy muy emocionado, perdonen que aquí se lo diga.
                                                                                                                                     Ramón Loureiro

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