domingo, 12 de enero de 2014

Hoy Domingo finaliza el Adviento con la celebración del Bautismo de Jesús...


El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de 
noviembre y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía.

El término "Adviento" viene del latínadventus, que significa venida, llegada. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es el morado. Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia,

El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.

Se puede hablar de dos partes del Adviento:

Primera Parte:Desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;

Segunda Parte:Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad. Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.




EL BAUTISMO DE JESÚS


En el calendario actual, reformado después del Vaticano II, el bautismo de Jesús es objeto de una fiesta especial. Se celebra el domingo que sigue inmediatamente a la fiesta de epifanía. Sin embargo, a tenor de la antífona delMagnificat de las II Vísperas de Epifanía, este acontecimiento debe ser interpretado en conexión con la fiesta de epifanía y no como una fiesta autónoma e independiente. Aquí está el texto de la antífona: «Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: Hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvamos».


Hay un punto de convergencia en el que coinciden el episodio de los magos, el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná: el tema de la manifestación. A través de esos acontecimientos Jesús de Nazaret se ha revelado como Hijo de Dios, como Mesías y Salvador de todos los hombres. Por eso la fiesta de la epifanía va más allá de los simples episodios históricos y celebra, en un clima de gozosa hondura teológica, la manifestación del Señor, su prodigiosa Teofanía.





«Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto" (Mt 3,17). Estas son las palabras que se oyeron al salir Jesús del agua, después de haber sido bautizado por Juan. Estas palabras, que son una proclamación solemne de la divinidad de Jesús, son recogidas por los tres sinópticos, y Juan se hace eco de ellas cuando asegura: "Yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (Jn 1,34). El acontecimiento del Jordán, por otra parte, no solo es una manifestación de la divinidad de Jesús, sino un testimonio solemne de la Trinidad, como lo expresa un texto litúrgico griego que se canta el día de la fiesta: «Después de tu bautismo en el Jordán, Señor, fue manifestada la adoración debida a la Trinidad; porque la voz del Padre dio testimonio de ti, dándote el nombre de Hijo muy amado, y el Espíritu, bajo la forma de una paloma, confirmaba la verdad irrefutable de esta Palabra, Cristo Dios, que ha aparecido y que has iluminado el mundo, gloria a ti».
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En el momento de ser bautizado en el Jordán, Jesús no sólo se manifiesta en su condición de Hijo de Dios, sino también como Mesías Rey. Cuando se acerca al Bautista Jesús se solidariza con todos aquellos hombres que se sienten pecadores e impuros, e imploran el perdón de Dios. Él se considera un pecador más. Pero cuando al salir del agua el Espíritu se, posa sobre él, Jesús se convierte en un consagrado, ungido por el Espíritu como Mesías Rey. En la medida en que la humillación de Jesús es más patente, al hacerse como un pecador con los pecadores, la respuesta del Padre es entonces más elocuente y significativa. Esa respuesta se concreta en la presencia del Espíritu, que le unge espiritualmente, consagrándolo Mesías, Sacerdote y Rey.

En conexión con esta referencia a Cristo Mesías-Rey hay que señalar también la alusión a Cristo-Templo. La presencia del Espíritu al salir Jesús del agua hace del bautismo en el Jordán uno de los momentos más significativos y complejos de la vida de Cristo. El Espíritu le consagra como Mesías-Rey-Sacerdote. Pero también le constituye en templo espiritual, templo del Espíritu, morada de Dios entre los hombres. Por eso epifanía celebra el misterio de la cercanía de Dios, del Dios que ha plantado su tienda entre nosotros. Más aún: al relacionar esta referencia a Cristo-Templo con el conocido capitulo 47 de Ezequiel, donde el profeta habla de la fuente del templo, la tradición patrística afirma que del templo espiritual, que no es otra cosa que el cuerpo del Señor Jesús, brotan las aguas vivas del Espíritu. Estas aguas vivificadoras no son otra cosa que la Palabra vivificante del evangelio y los sacramentos que iluminan y fecundan el corazón de los creyentes.
Epifanía, además, no es sólo la manifestación del Hijo de Dios hecho hombre, sino también un misterio de salvación y de liberación. Así lo entiende san Gregorio Nacianceno en un sermón que leemos actualmente en el oficio de lecturas de la fiesta del bautismo del Señor: «Cristo es iluminado: dejémonos iluminar junto con él; Cristo se hace bautizar: descendamos al mismo tiempo que él, para ascender con él. Juan está bautizando y Cristo se acerca; tal vez para santificar al mismo por quien va a ser bautizado; y, sin duda, para sepultar en las aguas a todo el viejo Adán, santificando el Jordán antes de nosotros y por nuestra causa... Pero Jesús, por su parte, asciende también de las aguas; pues se lleva consigo hacia lo alto al mundo, y mira cómo se abren de par en par los cielos que Adán había hecho que se cerraran para si y para su posteridad, del mismo modo que se había cerrado el paraíso con la espada de fuego».
Estas palabras de Gregorio Nacianceno reflejan bien como ha entendido la tradición cristiana el bautismo en el Jordán en su dimensión salvifica, como misterio de muerte y de resurrección. En relación con el bautismo aparecen referencias al tema del diluvio, considerando entonces a Cristo como el nuevo Noé, el hombre justo, principio de una humanidad nueva, liberada del caos del pecado en el mismo seno de las aguas. La paloma significaría, en ese contexto, el término de las hostilidades entre Dios y el hombre; por otra parte, señalaría el inicio de una nueva era en la que Dios reconcilia consigo al hombre y le envuelve en un abrazo de amistad.

El bautismo en el Jordán evoca igualmente la epopeya del Éxodo, como acontecimiento liberador, especialmente en el paso del Mar Rojo. El bautismo de Jesús ha destruido en el seno de las aguas a todas las fuerzas del mal, lo mismo que las olas del mar ahogaron al faraón con su ejército.
Todas estas referencias, que pertenecen al campo de la tipología bíblica, subrayan la dimensión salvifica y liberadora de la fiesta de epifanía. Ese día no sólo celebramos la manifestación del Señor como Hijo de Dios, ungido por el Espíritu y constituido Mesías-Rey. En la fiesta de epifanía la comunidad cristiana experimenta además la acción salvadora de Cristo, muerto y resucitado. Por el bautismo, que culminó en su muerte, Cristo ahogó las fuerzas del mal y destruyó para siempre el poder del pecado.

Así se expresa un himno que se canta por la noche en la liturgia armena en la octava de epifanía: «El salvador ha aparecido y ha salvado a este mundo de las mentiras del enemigo, concediendo la gracia de la adopción por medio del bautismo. El salvador ha roto la cabeza del dragón en el Jordán y con su poder ha salvado a todos los hombres. Renovando al hombre viejo, el salvador vuelve hoy al bautismo a fin de restaurar por el agua la naturaleza corrompida y concediéndonos en su lugar una vestidura incorruptible».



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