martes, 11 de octubre de 2011

Jornadas Nacionales de Delegados Diocesanos de Hermandades y Cofradías. Carta del Señor Obispo "Cofradías y Hermandades en el Tercer Milenio".


El Recién nombrado Delegado Episcopal de las Cofradías y Hermandades Penitenciales de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, Juan Antonio Sanesteban Díaz participa desde ayer  en Madrid en las Jornadas Nacionales de Delegados Diocesanos de Hermandades y Cofradías que convoca la Conferencia Episcopal Española. 

Por otra parte, el Obispo de nuestra diócesis Monseñor Sánchez Monge realiza hoy Martes 11 de octubre una ponencia en dichas jornadas sobre las "Cofradías y Hermandades en el Tercer Milenio".

Por este motivo, recordamos desde aquí una carta escrita por el señor Obispo en el año 2009 con el mismo título:

Queridos hermanos y hermanas de las Cofradías y Hermandades Penitenciales de nuestra Diócesis de Mondoñedo-Ferrol: Os saludo a todos en el nombre de Jesucristo, el Señor, y os deseo su gracia y su paz. Me es muy grato comunicarme con vosotros para animaros a proseguir vuestro camino con la mirada puesta en Jesucristo y en la Virgen María, madre suya y madre nuestra, a quien profesáis particular devoción bajo las diversas advocaciones que celebramos en la Semana Santa.

Introducción

Hace tiempo que quería dirigirme a vosotros de manera directa, como pastor, amigo y servidor de todos. Las Cofradías ocupáis un lugar relevante dentro de la Iglesia, y los cofrades estáis llamados a llevar a cabo una misión cada día más necesaria en la misión eclesial de anunciar a Jesucristo en nuestro mundo. Sin ignorar algunas limitaciones y carencias, manifiesto mi vivo y sincero reconocimiento a las Cofradías. Representáis en la vida de la Iglesia un cauce privilegiado de la piedad popular. Tratáis de fomentar la fraternidad y el mandamiento del amor entre los miembros. Y servís, en no pocas ocasiones, como cauce para el apostolado de los seglares. Como Asociaciones Públicas de fieles de la Iglesia Católica representáis un movimiento de laicos con capacidad de convocatoria, que tienen jóvenes en sus filas y que gozan de un fuerte arraigo en el pueblo. Curiosamente, esto acontece en una sociedad tocada de secularismo donde se potencia una visión de la vida al margen de la religión, del pensamiento, de la moral, que se ha convertido en el emblema fundamental de la democracia moderna. El laicismo combativo, si pudiera, haría desaparecer nuestras procesiones como manifestaciones religiosas. Las tolera, sin embargo, porque mueven masas, porque están incrustadas en la identidad de barrios y pueblos, y porque constituyen un poderoso reclamo para el turismo que sustenta en buena parte nuestra economía. Pero intentará vaciarlas de los contenidos cristianos y alejarlas de su vinculación a la jerarquía de la Iglesia Católica.

No son, creo yo, instancias ajenas a la Iglesia, las que han de decir lo que las Cofradías debéis ser o debéis hacer en el futuro. Porque las Cofradías no sois asociaciones civiles, sino eclesiales. Sin Jesucristo y sin la Iglesia no seriáis nada, os quedaríais en algo puramente estético y costumbrista, vacío de hondura y de verdad. No sois en modo alguno un mero hecho cultural, ni un elemento simplemente social y popular, ni una «peña de amigos». Aunque algunos os vean así. No os dejéis seducir por quienes quieren situaros al margen de la Iglesia, porque eso supondría vuestra propia muerte. Aunque tengáis que renunciar a ayudas y apoyos más aparentes que reales. Tampoco las Cofradías, lo sabéis muy bien, son para lucimiento de nadie, ni para las genialidades o protagonismos de nadie, ni deben estar al servicio de ningún interés particular, ni de ninguna apetencia de poder, de imagen o de apariencia. Hay que salvar y defender la libertad y autonomía de la Iglesia sin permitir intromisiones abusivas en su vida interna. Es, en efecto, a la Iglesia a quien corresponde organizarse en su vida interna conforme a sus principios y normas. “Las cofradías –ha dicho el cardenal Rylko- no son solamente el recuerdo de un pasado glorioso y benemérito. No son una especie de “piezas de museo” para admirar con nostalgia. No son tampoco una expresión del folclor religioso para adornar nuestras fiestas litúrgicas. Las cofradías son una realidad viva y presente que la Iglesia mira con confianza y esperanza”[1].

I. ¿CÓMO CELEBRAR LA SEMANA SANTA?
En la sociedad actual, la Semana Santa se ha secularizado. Algunos la viven como una semana de vacaciones para hacer turismo o para descansar. Se ha descristianizado poco a poco. Las mismas procesiones que tanto auge están tomando en muchos lugares no siempre son signo de religiosidad y de fe, sino expresiones culturales que, por haber sido vaciadas de su contenido, se quedan en lo puramente estético, o en sentimientos vagamente religiosos.

Es necesario recuperar la Semana Santa en toda su verdad. Cuando hacemos nuestra profesión de fe, cuando recitamos el Credo, estamos confesando algo realmente inaudito. El Hijo de Dios, por hacerse en todo semejante a nosotros menos en el pecado, llegó a morir en una cruz como un maldito. Pero Dios le ha levantado de entre los muertos y vive para siempre. Se trata de algo verdaderamente sobrecogedor. Resucitando a Jesús de entre los muertos, Dios nos ha mostrado su gloria de manera definitiva.

Y todo esto ha ocurrido y sigue ocurriendo ‘por nosotros’ y para nuestra salvación. La muerte y resurrección de Cristo no pasaron y se esfumaron. No son un mero recuerdo. Porque el Crucificado, cuya vida sigue siendo amorosamente entregada por nosotros, se mantiene vivo para siempre, y porque El sigue sufriendo en los crucificados de la tierra. En la Eucaristía, que El nos dejó como memorial de su Pasión, anunciamos su muerte y proclamamos su resurrección hasta que El vuelva. De la Eucaristía fluye y en ella confluye toda la Semana Santa.Cristo resucitado nos abre definitivamente a la esperanza. La losa del sepulcro, con la que se pretendía borrar su memoria, no lo ha podido retener, nadie ha podido aplastar la fuerza infinita del amor de Dios que se ha manifestado sin reservas en la cruz. El Autor de la vida, Jesucristo, Hijo de Dios, vive para siempre. No busquemos, pues, entre los muertos al que está vivo. Su humanidad, nuestra humanidad, ha penetrado de manera irrevocable en la gloria de Dios. ¡Dios quiere que el hombre viva! La victoria de Cristo es nuestra victoria. Nos urge anunciar a Cristo resucitado de entre los muertos. No podemos guardar silencio sobre su victoria sobre el pecado y la muerte, porque es la gran alegría para todo el mundo, la gran esperanza que los hombres necesitan. En ella puede encontrar todo hombre razones para vivir y para amar con toda la fuerza del corazón, sin reserva alguna. Sólo desde la fe se entiende la Semana Santa en su integridad. Sólo con fe se pueden vivir estos días santos, tan inundados por la presencia del Señor. Sólo con la Iglesia y desde ella, amándola de verdad, se puede celebrar la Semana Santa.

No se debería participar activamente en las procesiones sin prepararse durante la Cuaresma y sin participar en la celebración litúrgica de los misterios de la Pasión, donde éstos se hacen presencia viva, realidad palpable en la fe, fuerza realmente salvadora. Aquí se supera la pura representación. Desfilar en las procesiones o contemplarlas a su paso por nuestras calles y plazas, reclama sensibilidad ante el drama, sobrecogedor y gozoso al mismo tiempo, del amor de Dios para con los hombres. Que los desfiles procesionales sean silenciosos, meditativos, aptos para la contemplación y la plegaria. Lo que vivís en las celebraciones litúrgicas, llevadlo a vuestras casas, sacadlo a nuestras calles en las procesiones y manifestaciones populares bañadas de fe. Que todo quede marcado por esos misterios.

Para poder gozar del perdón del Señor, los cofrades estáis invitados de una manera especial a acercaros al sacramento de la reconciliación. En el sacramento de la Penitencia se actualiza la fuerza redentora de la cruz de Cristo, su muerte por nuestros pecados, la paz que El nos ganó derramando su sangre por nosotros. También estáis especialmente llamados a comer el Cuerpo y beber la Sangre del Cordero de Dios, inmolado por nosotros para que tengamos vida eterna y adorarle con sencillez, alegría y esperanza, participando cada domingo en la Eucaristía.

Las Cofradías estáis llamadas a vivir, de manera especialmente fuerte, la caridad que brota del costado abierto de Cristo y de su Cuerpo entregado con obras de caridad significativas, con limosnas, con visitas a los enfermos y a los pobres y desamparados, con prestaciones voluntarias a los servicios eclesiales de caridad.


La Semana Santa en Ferrol y Viveiro se cuentan entre las más populares de España. En ambas ciudades ha resurgido con gran fuerza en los últimos años. Muchos habitantes de dichas ciudades participan con entusiasmo y fervor religioso. Y visitantes llegados desde diversos puntos de la geografía nacional participan en sus actos, llegando a colapsar las calles que registran con este motivo la mayor concurrencia del año. Por otra parte, Mondoñedo, San Martín de Mondoñedo y Ribadeo tratan de recuperar sus tradiciones referentes a la Semana Santa, debidamente actualizadas. Y en Burela emergen unas procesiones muy unidas a la liturgia con mayor fuerza cada año.

Desde 1996 trabaja en Ferrol la Coordinadora de Cofradías cuya misión es “dirigir, coordinar y representar la acción de todas las Cofradías, promoviendo al mismo tiempo la legítima autonomía de cada una y velando para que su actividad se ajuste a derecho” (art. 2 de sus Estatutos). No sólo se preocupa de conseguir recursos económicos para que la Semana Santa ferrolana sea cada vez más vigorosa, sino que ejerce también un papel importante en la formación religiosa de los cofrades y la sintonía de las Cofradías con los órganos diocesanos de Pastoral. Por caminos muy similares discurre el trabajo de la Junta de Cofradías de Viveiro.

II. ¿QUÉ ES UNA COFRADÍA?

La Iglesia nos brinda la respuesta a esta pregunta en el Código de Derecho Canónico. El canon 298 dice que las Cofradías son asociaciones de fieles aprobadas y erigidas por la autoridad eclesiástica, cuyos fines son "fomentar una vida más perfecta, promover el culto público o la doctrina cristiana, o realizar otras actividades de apostolado, a saber, iniciativas para la evangelización, el ejercicio de obras de piedad o de caridad y la animación con espíritu cristiano del orden temporal".

Quisiera que esta Carta fuese para vosotros ocasión de un nuevo descubrimiento del auténtico tesoro que es la fe y la vida cristiana, en toda su belleza y en toda su verdad. Así podríamos reflejar en nosotros con más transparencia el rostro de Cristo, Redentor del hombre. Escribió en su día Mons. Fernando Sebastián: “La principal batalla que debemos dar para el vigor y florecimiento de las cofradías no es el esplendor de las procesiones sino el esplendor de la vida de los cofrades. La honra y el honor de Cristo y de la Virgen María no están en las luces, ni en las flores, ni en los bordados, sino en el esplendor de la fe, de la piedad, de la pureza y de la caridad de los cofrades y de los hermanos. Al decir esto no quiero acusaros ni criticaros, quiero más bien animaros a llevar con alegría esta responsabilidad y esta honrosa carga de la representación de la bondad de Cristo y del amor de María en todos los momentos de nuestra vida”. “Si la vida de los hermanos –añadía- es una vida ejemplar y virtuosa, las procesiones serán también demostraciones religiosas y no habrá ningún peligro que derivemos a falsas orientaciones de vanidad colectiva, o que desdibujemos su contenido... Nuestras procesiones tienen que ser lo que ha sido siempre el arte religioso y la verdadera religiosidad popular: manifestaciones de la emoción religiosa interior y resonancias de las celebraciones litúrgicas, testimonio vivo del amor de Cristo y de fe que invade y envuelve a cuantos durante el año viven olvidados de estos misterios de amor y de gracia, catequesis en acción que enseña que todos somos queridos por Dios, que Cristo ha muerto por nosotros”.


1. Las Cofradías en el interior de la Iglesia diocesana

Las Cofradías podéis ser una fuerza muy importante dentro de la Diócesis. Sois cristianos y no podéis permanecer al margen de la marcha dela Iglesia diocesana y del camino trazado por el Concilio Vaticano II y las orientaciones de los últimos Papas: el camino de una nueva evangelización, para poner al mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del Evangelio.


Las Cofradías sois parte integrante de la Diócesis y de las parroquias donde estáis ubicadas. Debéis ser acogidas como realidades diocesanas y estar insertas en la pastoral diocesana. Como también debéis ser acogidas como realidades parroquiales, ser incorporadas a la pastoral parroquial y tenidas en cuenta, en vuestra peculiaridad, en las programaciones pastorales parroquiales: no podéis ir por libre, al margen de las parroquias, por vuestra cuenta. La integración de la cofradía en la pastoral parroquial es mucho más fácil cuando los cofrades participan activamente en servicios parroquiales, como la Catequesis, Cáritas, Consejo pastoral, Consejo de economía, etc… Tan necesario es que las parroquias, los sacerdotes e incluso el Obispo nos acerquemos con estima y respeto hacia las Cofradías, como que las Cofradías os incorporéis a la vida comunitaria, sincronizándoos con las orientaciones actuales de la Iglesia. No sois piezas autónomas. Sois realidades eclesiales para llevar a cabo la obra común de la evangelización, impulsada y animada por los legítimos pastores en comunión con el Papa.

Conviene que las cofradías incorporen algunos objetivos y acciones del Plan Pastoral diocesano, arciprestal y parroquial en su propia programación, expresando y viviendo así la comunión eclesial.

Se deberá valorar positivamente la función del consiliario y acoger siempre sus orientaciones y disposiciones en la realización de las finalidades religiosas y en la formación y en la participación en la pastoral en los diferentes ámbitos eclesiales.

Os invito a sumaros al esfuerzo de evangelización en el que estamos comprometidos todos los cristianos, particularmente en nuestra diócesis. Vivimos un tiempo sin duda difícil para la fe, pero urgentemente necesitado del Evangelio. En las Cofradías, de tanta raigambre en nuestras tierras, hay elementos vivos de fe y de vida cristiana que debemos reconocer y alentar, para que así lleguen a ser instrumentos eficaces de evangelización. Para ello es preciso que se revitalicen por una más honda vida cristiana, por una comunión eclesial cada vez más intensa, y por un renovado compromiso en la acción apostólica y evangelizadora de la Iglesia.

La cofradía no puede encerrarse en sí misma, ni remirarse constantemente en el propio espejo. No se pertenece a sí misma. Es de Cristo y habla de Cristo; es de la Iglesia y camina con la Iglesia. Los cofrades no podéis encerraros en vuestros “cenáculos”. En el momento histórico que vivimos se os pide, que respetando la legítima autonomía de las realidades terrenas como reclama el Vaticano II (cf. GS, 36), luchéis para que Dios y su ley moral tengan cabida en esta sociedad. Esto lo podéis hacer porque las Cofradías en el siglo XXI gozáis de la credencial de ser instituciones humanizadoras en una sociedad sin alma.

Con este ánimo me dirijo a vosotros y, desde el comienzo, con el auxilio e intercesión de la santísima Virgen, imploro del Señor, para todos, el crecimiento y fortalecimiento de la fe, que es la que da autenticidad a vuestras actividades y manifestaciones cofrades: que vuestra fe sea “esclarecida y alimentada continuamente con la escucha y la meditación de la Palabra de Dios», con la «oración perseverante, con la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía», que hagáis de la Palabra de Dios y de la fe «la pauta inspiradora de vuestra conducta en todos los ámbitos de vuestra existencia cotidiana” (Juan Pablo II en el Rocío).

En palabras de Benedicto XVI: “con estas condiciones, vuestras cofradías, manteniendo bien firmes los requisitos de “evangelización” y “eclesialidad”, podrán seguir siendo escuelas populares de fe vivida y talleres de santidad; podrán seguir siendo en la sociedad “fermento” y “levadura” evangélica, contribuyendo a suscitar la renovación espiritual que todos deseamos”[2].

Si la Cofradía se reduce a lo cultual, se evade de la realidad, se deshumaniza. Si se reduce a lo caritativo, se convierte en una entidad asistencial, socializante, fría, paternalista. El sentido evangelizador y misionero hace que la Cofradía salga de sí misma buscando a los alejados. Y que se vuelva sobre sí misma y revise su vida interior, sus celebraciones, sus compromisos, su organización, su manera de celebrar la eucaristía.

2. Las Cofradías como asociaciones eclesiales

¿Cómo llevar a cabo todo esto en las Cofradías? Contribuyendo de manera decidida y de una vez por todas a ser lo que, por verdad y naturaleza, os corresponde ser: asociaciones eclesiales de fieles cristianos laicos, instituciones de Iglesia, que están dentro y forman parte de ella. Para ello, habréis de tener siempre en cuenta la fe y las enseñanzas de la Iglesia. Considerad de manera particular las enseñanzas del Concilio. Y tened especialmente presentes las enseñanzas del Papa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica “Los fieles cristianos laicos”, y cuanto el Papa Benedicto XVI está diciendo a los fieles laicos.

Las Cofradías sois asociaciones de cristianos con unas finalidades religiosas[3]. Por tanto, debéis ser asociaciones canónicas y no civiles. Debéis ser aprobadas por el Obispo diocesano y estar reguladas por las normas canónicas y los propios Estatutos. La doble naturaleza, canónica y civil, os puede ocasionar graves dificultades, ya que tendríais dos Estatutos diferentes y dependeríais de dos jurisdicciones distintas[4].

Surgidas, pues, de la fe y animadas por ella en su tradición, las Cofradías habéis de ser realidades vivas. No nos interesa que seáis trasmisoras de un pasado muerto ni que viváis exclusivamente de nostalgias. Lo que carece de fe pronto se convierte en mero gesto exterior, ritualista y superficial. Las Cofradías hoy necesitáis ser tan vivas, tan verdaderas, religiosamente, como lo hayan podido ser en los mejores tiempos. Sólo así, cargadas de vida cristiana en medio de vuestra sencillez, podréis ofrecer un rostro vivo del Evangelio de Jesucristo.

3. Con elementos comunes y específicos

 Cada Cofradía o Hermandad tiene unos fines específicos; por eso son diferentes. Pero a todas ellas les ha de animar unos elementos de vida comunes. Son, por lo demás, los elementos que animan a toda la Iglesia, a cualquier realidad eclesial, a toda comunidad como a todo movimiento o asociación de fieles. Son elementos que, hoy, tiempo de renovación profunda, suscita y reaviva el Espíritu Santo y que discurren con especial fuerza desde el concilio Vaticano II. Por ello, sin traicionar en modo alguno los fines específicos, al contrario para propiciar el que puedan llevarse a cabo, os pido a todas las Cofradías, a todos los cofrades, hermanos y hermanas, que seáis como la Iglesiaquiere que sean actualmente todas las asociaciones de fieles cristianos:

–escuelas de formación cristiana para todos, sobre todo a través de una adecuada catequesis, de los novenarios y otros actos de piedad, más aún, de otras actividades de formación, sobre todo en el campo de la doctrina social de la Iglesia;

–ayuda y aliento para la vida cristiana de sus miembros, espacio comunitario donde se ore y se estimule la participación real y efectiva de todos sus miembros en los sacramentos y se fomente la vida espiritual de los asociados;

–ámbito en el que se viva el mandamiento nuevo del amor a través de la fraternidad y ayuda mutuas de sus miembros entre sí y de la solidaridad con los demás, especialmente con los más necesitados: lugar y escuela de caridad cristiana; que todas las Cofradías tengan bien planteado y realizado el ministerio de la caridad;

–testimonio vivo y ejemplo de vida cristiana en el mundo, en la vida diaria de la calle, del trabajo, de la profesión. Presencia real de la fe en Cristo en la familia, en las realidades sociales, económicas, políticas, culturales;

–ámbitos donde se viva la comunión eclesial con el Papa, con los Obispos y los presbíteros de las respectiva diócesis y parroquias en las que están insertas;

-estructuras eclesiales al servicio del apostolado y la evangelización de los laicos.


Al mismo tiempo, y de manera inseparable, es necesario asumir el actual “dinamismo de revitalización de la vida eclesial”, suscitado y alentado por el Espíritu Santo en estos tiempos posteriores al Concilio y abiertos al tercer milenio del cristianismo, que se caracteriza ‘por algunas exigencias connaturales’ a la misión de la Iglesia y planteadas hoy con especial vigor:

-» una renovación, personal y comunitaria, de la experiencia de encuentro y seguimiento de Jesucristo, conforme a la vocación universal a la santidad;

-» un renovado sentido de pertenencia a la Iglesia en cuanto misterio de comunión, fundada y siempre renovada por los ministerios y carismas que le regala el Espíritu Santo mientras vive en la historia;

-» una ‘nueva evangelización’ que se comunique desde un ímpetu misionero en todas las situaciones, ambientes y culturas, siguiendo la ‘vía del hombre’, para abrir a Cristo su corazón y todas las dimensiones de su existencia y convivencia;

-» un renovado compromiso de presencia, solidaridad y servicio de los cristianos, que sea expresión de la fecundidad de la caridad al encuentro de las necesidades humanas, del empeño en el combate por defender y promover la dignidad de las personas, las familias y los pueblos, a la luz de la renovada y relanzada doctrina social de la Iglesia» [5]


4. En la Iglesia, hogar y escuela de comunión

Permitidme igualmente que insista en otro aspecto particularmente importante para todo cristiano y para toda institución de Iglesia: me refiero a la dimensión eclesial y de comunión que es connatural a nuestra existencia cristiana y que, con la gracia del Espíritu Santo, debemos entre todos mantener y fortalecer. Sabéis muy bien, como cristianos que sois, que la fe cristiana, tiene una dimensión esencialmente eclesial: creemos dentro de la Iglesia, con la fe de la Iglesia y en Iglesia. Creemos en el misterio de la Iglesia; somos agregados por el bautismo al cuerpo eclesial de Cristo; la vida de fe nos lleva a participar de la misión que Cristo ha confiado a su Iglesia, sujeto de la misión. Se trata de una comunión de vida y misión que se sustenta y expresa en la profesión del mismo Credo, en la participación en los sacramentos y en la práctica de la vida cristiana conforme a los mandamientos de Dios. Cuando hablamos de comunión hablamos de comunión en la fraternidad, vivida la vida ordinaria, en la familia, en la parroquia, en las diversas Asociaciones y Hermandades; comunión también en la diversidad por la complementariedad, mutua aceptación y reconocimiento de los diversos carismas y dones que el Espíritu suscita en la Iglesiay para su edificación.

"La pertenencia a las cofradías y asociaciones piadosas es una forma de estrechar los lazos de pertenencia a la Iglesia, y un nuevo motivo para sentirse llamado a vivir más plenamente las exigencias del Bautismo, por el que todo cristiano ha sido incorporado a Cristo. El ser 'cofrade' debe llevar consigo una práctica fiel y constante de los deberes de un miembro vivo de la Iglesia, consciente y adulto. A un cofrade se le deben pedir, además de los mínimos que la Iglesia señala para todos los cristianos, un especial respeto y amor al nombre de Dios, la Virgen y los santos, la participación habitual en la Eucaristía del domingo y la frecuencia de los sacramentos de la Penitencia y de la Comunión, y un modo de vida coherente con la moral católica" (DRP 150),

Juan Pablo II nos dejó esta importante y programática afirmación: “Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión: este es el gran reto que tenemos para el milenio que empieza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las profundas esperanzas del mundo”[6].

Ante la creciente realidad del individualismo y de la competitividad que van aislando cada vez más a las personas como si fueran islas, nuestra sociedad tiene la necesidad de la Iglesia como casa y escuela de comunión. La globalización económica y social en constante proceso de crecimiento, si no es solidaria, en vez de conducir a la unión de los pueblos entre sí, contribuye a intensificar la separación entre Norte y Sur en el mundo. Las esperanzas más profundas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo están centradas en la paz, en la fraternidad, en la solidaridad, en la acogida, en la comprensión, en el perdón, en una palabra, en el respeto auténtico y eficaz de la dignidad de la persona humana. Cuando decimos que la Iglesia debe ser casa y escuela de comunión y de misión, estamos diciendo implícitamente que cada institución que forma parte de la Iglesia también lo debe ser. Convirtiéndose en casa y escuela de comunión y de misión, cada Cofradía es fiel al designio de Dios y responde también a las profundas esperanzas del mundo.

El II Congreso de Cofradías de Cataluña pidió a estas instituciones “practicar y profundizar la espiritualidad propia de las Cofradías, congregaciones y hermandades, que se fundamenta en la gratuidad, la fraternidad y la misericordia, hasta convertirse en el estilo de vida de los miembros de cada agrupación”[7].

Así pues, el amor debe ser la primera y principal finalidad de cada cofradía de Semana Santa, ya que los misterios de la pasión y muerte de Jesucristo son una expresión patente del amor infinito y misericordioso de nuestro Salvador hacia toda la humanidad. Cuando una Cofradía realmente se esfuerza en ser una casa y escuela de comunión, es cuando da un testimonio auténtico del acompañamiento de Jesucristo siempre, pero especialmente en los momentos más importantes de su obra redentora.

Pertenecemos a la Iglesia como fruto de la comunión de fe, de esperanza y caridad de la que Dios nos hace partícipes en ella y a través de ella, y de la participación en su misión. Esta comunión está vertebrada por el Espíritu Santo y por los sacramentos, singularmente de la Eucaristía y del ministerio ordenado: nuestra comunión es con el Papa y con los Obispos, Sucesores de Pedro y los demás Apóstoles, ellos son la garantía y cimiento de nuestra comunión. Los presbíteros, ministros que participan de la sucesión apostólica por su vinculación sacramental y colaboración especial a los Obispos, son fundamentales para mantenernos todos en esta comunión; ellos, en comunión con los Obispos y el Papa, son maestros y pastores del pueblo de Dios; los párrocos son colaboradores del ministerio de los Obispos. Por todo ello, esta pertenencia nuestra de los cristianos a la Iglesia es en la diócesis, y a través de las parroquias o comunidades estables.

Las asociaciones de fieles cristianos, las Hermandades, sois ámbitos específicos que participáis, conforme a vuestras peculiaridades, de la vida y misión de la Iglesia; os caracterizáis por la complementariedad, nacéis de la Iglesia y vivís en ella, lográis vuestros fines en la medida en que vivís en la Iglesia; lleváis a la Iglesia. Por esto es necesario que cultivéis este sentido eclesial, el amor a la Iglesia, la pasión por ella; que os sintáis profundamente unidos a la Iglesia. El hecho de ser miembro de una Cofradía debe ayudar a amar más y más a la Iglesia. Estaes nuestra Madre que nos ha engendrado por el bautismo a la vida de hijos e hijas de Dios y la alimenta constantemente con la Palabrarevelada y los sacramentos. Sin la Iglesia los cristianos no tendríamos lo que Dios nos ha dado a través de ella: la fe, la revelación, los sacramentos de vida nueva.

5. Las cofradías, mediación para la evangelización

La comunión es para la misión. Hay una profunda relación entre Cristo, la Iglesia y la evangelización. Durante este “tiempo de la Iglesia”, es ella la que tiene la misión de evangelizar. Esta tarea no se consigue sin ella y, todavía menos, en contra de ella. Existe la contradicción de separar a Cristo de la Iglesia, queriendo amar a Cristo pero sin la Iglesia. Esta dicotomía aparece netamente como un absurdo en estas palabras de Jesús recogidas en el Evangelio: “Quien os rechaza a vosotros, me rechaza a mí”[8].

El Papa Benedicto XVI, en tiempos de apostasía silenciosa y olvido de Dios, os dice: “En la época de grandes cambios que estamos atravesando, la Iglesia… os necesita también a vosotros, queridos amigos, para llevar el anuncio del Evangelio… a todos, recorriendo caminos antiguos y nuevos”. “Vuestras beneméritas cofradías, arraigadas en el sólido fundamento de la fe en Cristo, con la singular multiplicidad de carismas y la vitalidad eclesial que las distingue, han de seguir difundiendo el mensaje de la salvación en medio del pueblo, actuando en las múltiples fronteras de la nueva evangelización”. Os pide también que fortalezcáis vuestra presencia confesante en la vida pública, con coraje y sin complejos, “siendo en la sociedad "fermento" y "levadura" evangélica, contribuyendo a suscitar la renovación espiritual que todos deseamos” y resistiendo a la tentación de huir del mundo, buscando transformarlo desde dentro y ordenando las realidades temporales según el plan de Dios. Por mi parte, estoy convencido de que si las Cofradías se toman en serio su compromiso apostólico, pueden aportar una extraordinaria riqueza a la Nueva Evangelización a la que todos estamos convocados.

El cristiano cofrade no es un ser un solitario, sino solidario; un hermano, que sabe trabajar en equipo, que participa en la vida de la parroquia, que se implica en la catequesis, en la vida litúrgica, en la Caritas parroquial, o en el Consejo de Pastoral parroquial, compartiendo sus dones con sus otros hermanos cristianos. En la diócesis y en la parroquia no sobra nadie. No cabe, pues, automarginarse. Tampoco podemos actuar como francotiradores. Todos somos necesarios a la hora de anunciar a Jesucristo a nuestros hermanos. Hoy más que nunca, por la peculiar situación que está viviendo la Iglesia en España, es preciso robustecer nuestra mutua comunión, aunar fuerzas y trabajar unidos con los sacerdotes, con los miembros de las otras cofradías, evitando celotipias, protagonismos y todo aquello que puede dañar o debilitar la comunión.

6. Las Cofradías, mediación para la formación

El Papa pondera mucho en su discurso la necesidad de la formación y os invita a multiplicar las iniciativas y actividades para propiciarla. Tales iniciativas puede protagonizarlas cada una de las Cofradías en solitario. ¡Qué hermoso sería, sin embargo, que en una misma ciudad se unieran varias Cofradías, a través de la Coordinadora o de la Junta de Cofradías, para programar actividades formativas! Lo importante es que vuestras Cofradías, bajo la guía del Consiliario y nunca sin su consejo, se conviertan cada día más en escuelas de formación de un laicado maduro y misionero, capaz de responder generosamente a los desafíos dramáticos que la Iglesia debe afrontar en nuestra época.

“Con el objetivo de responder a las grandes expectativas de la Iglesia, ha manifestado el cardenal Rylko, las Cofradías deben afrontar con seriedad la importante tarea que el siervo de Dios Juan Pablo II confiara a todas las asociaciones laicales: tender hacia la “madurez eclesial”. En efecto, la madurez no se obtiene de una vez para siempre. Cada generación está llamada a alcanzarla nuevamente para sí, por lo tanto también la vuestra. Pero ¿qué significa en concreto “madurez eclesial”? El mismo Pontífice nos sugiere la respuesta en la exhortación apostólica Christifideles laici (n. 30), indicando cinco criterios fundamentales de discernimiento. Mencionamos brevemente estos criterios de evaluación de la madurez eclesial de las asociaciones laicales: ante todo la primacía dada a la vocación de todo cristiano a la santidad, es decir el «“alto grado” de la vida cristiana ordinaria» (Novo millennio ineunte, n. 30); la obediencia incondicionada al Magisterio de la Iglesia, tanto en la doctrina como en la praxis de la vida cotidiana; la dócil obediencia y la comunión sincera con los Pastores en las diócesis y parroquias; el compromiso efectivo en la misión de la Iglesia de anunciar a Cristo en un mundo indiferente frente a la fe, que pretende vivir como si Dios no existiese; finalmente, la presencia incisiva en la sociedad, resistiendo a la tentación de huir de ella y buscando transformarla desde dentro como fermento con el espíritu evangélico. Siguiendo estos principios fundamentales, vuestras Cofradías se convertirán realmente en escuelas de formación de un laicado maduro y misionero, capaz de responder generosamente a los desafíos dramáticos que la Iglesia debe afrontar en nuestra época. Para llegar a esta madurez, las Cofradías fieles a su carisma, deberán evitar cualquier forma de contraposición en el seno de la Iglesia, así como huir de toda tentación de aislamiento, de cerrarse en sí mismas, de auto-referencialidad. Estas deben insertarse orgánicamente, en espíritu de comunión y colaboración, en el tejido vivo de las diócesis y parroquias. Cristo aún hoy nos exhorta a todos nosotros: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo…» (Cfr. Mt 5, 13. 14); «Id por todo El mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16, 15). Por ello, este Congreso asume también el significado de un renovado envío misionero por parte de la Iglesia a los que participáis en él. Sois una extraordinaria riqueza para realizar la nueva evangelización. Estoy seguro que durante el Congreso cada uno de vosotros se unirá al profeta para decirle al Señor: «¡Heme aquí, envíame!» (Is, 6, 8)”[9](Cardenal Rylko).

La formación adecuada es absolutamente necesaria en los responsables de la Cofradía. Es necesario que haya un deseo y una voluntad de participar en las ofertas de formación. Hay que animar a todas las cofradías para que se dediquen a esta finalidad de la formación de sus miembros. Es una colaboración valiosa a la evangelización, a la catequesis y a la iniciación cristiana.

El trabajo de formación, de preparación y de realización de un servicio eclesial en la comunidad cristiana o en la sociedad implica que quien lo realiza pueda disponer de un acompañamiento continuado. Animo a los consiliarios de las cofradías a realizar con generosidad este ministerio de formación y acompañamiento.

Todas las cofradías tienen que valorar la calidad de sus miembros y no la cantidad, si quieren ser eclesiales y mantener siempre el espíritu y el prestigio que deben tener como instituciones de la Iglesia que son.

7. Las Cofradías, mediación para el culto y la espiritualidad laical

Las Cofradías habréis de llevar a cabo vuestras finalidades propias y peculiares de cada una en toda su autenticidad y actualidad, teniendo siempre presente que estas finalidades nacen y se fundamentan en la vida y misión de la Iglesia. Como entidades que buscan de manera muy principal el culto a Cristo Crucificado o algún misterio de la Pasión del Señor, a la Eucaristía, a la Santísima Virgen María en sus diversas advocaciones o a algunos de los Santos y Santas del cielo, ese culto, como nos pide Jesucristo en el Evangelio ha de ser un culto en espíritu y en verdad. De eso se trata cuando hablamos de autenticidad: los cristianos practican un culto espiritual que se da en el corazón, en la vida. No podemos arriesgarnos a que El Señor nos diga: «Me honráis con los labios, con esplendores externos, con manifestaciones que quedan en la superficie, pero no con el corazón, con una vida cristiana coherente con el Evangelio, con una verdadera caridad y servicio hacia los hombres».

Hay que evitar un culto separado de la fe. Esto sucedería si las Cofradías se apasionaran por el culto procesional, realizado incluso de manera impecable, pero no tuvieran interés por la Palabra de Dios, que debe iluminarlo e introducirlo. “Las Hermandades pueden ser una buena ayuda, un soporte para la educación de la fe y la práctica religiosa. Pero ni suplen ni agotan todo lo que supone ser cristiano y vivir en la Iglesia”[10]. Promover el culto público no significa limitarse a los desfiles procesionales, que, por otro lado, no son más que una prolongación de otra realidad más esencial que tiene lugar en las celebraciones. Juan Pablo II ha afirmado que “desligar la manifestación de religiosidad popular de las raíces evangélicas, reduciéndola a una expresión folklórica o costumbrista, sería traicionar su esencia verdadera”[11].

El culto cristiano va unido a la vida. No puede quedarse en un formalismo religioso vacío de una proyección de compromiso cristiano que se manifiesta en la práctica de la caridad, en la animación cristiana del orden temporal, es decir, en la coherencia entre fe y vida.

No puede existir un culto separado de la Iglesia, ya que la última finalidad del culto es reunir en un mismo pueblo a los hijos de Dios dispersos por el pecado[12], de manera que “escuchando la Palabra de Dios y participando en la eucaristía, rememoren la Pasión [...] y den gracias a Dios, que los ha devuelto a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”[13].

Cuando una Cofradía venera a una imagen de Cristo Crucificado, en su Pasión, o resucitado o en alguno de sus misterios, cuando venera a la Santísima Virgen en alguna de sus advocaciones o a los santos es para identificarse más con Jesucristo, o con la Virgen María o con los santos invocados. Es para vivir intensamente la devoción, la gratitud, los sentimientos de Cristo, de Nuestra Señora o de los santos, en la oración y en la fidelidad a Dios que en ellos se nos hace patente.

Las manifestaciones exteriores -procesiones, pasos, imágenes, etc.- han de responder a este espíritu y han de ser una auténtica manifestación de la fe y una llamada para quienes las contemplen a que se unan a los mismos sentimientos que inspiran aquellas manifestaciones. Todas estas manifestaciones externas, cuando surgen de una fe viva, cuando son expresión de verdadera devoción, cuando van acompañadas de oración y buenas obras, constituyen un interrogante para los que las observan, una llamada a la fe.

Que, por ejemplo, los que vayan en las procesiones desfilando expresen de verdad que la muerte de Cristo en la Cruz es la puerta de la salvación para el mundo, y que lo hagan de manera que eso se transmita, se entienda, llegue al corazón de los que asisten desde las aceras de las calles.

Se trata de ir caminando, dando pasos poco a poco, pero sin detenernos. El tiempo apremia. Vivimos en una situación en que no podemos dormirnos en los laureles o encerrarnos en algunos asuntos que, aun siendo importantes, no son lo principal. Lo principal es evangelizar y para eso revitalizar nuestra vida cristiana personalmente y la vida de las diferentes instituciones eclesiales y, por tanto, también de las Cofradías.

8. Las Cofradías, mediación para la caridad

"El culto, aunque constituya la finalidad principal de una cofradía o asociación piadosa, no puede absorver todas las energías. Más aún, la autenticidad del culto se verifica también en la práctica real del amor fraterno y de los compromisos a que debe conducir la participación en los actos litúrgicos y piadosos. Los miembros de la cofradías no pueden vivir hoy de espaldas a la misión de la Iglesia y a las necesidades de los hombres [...] A nivel institucional y corporativo, las Cofradías y Asociaciones piadosas deberían destinar una parte proporcional, no meramente simbólica, de sus ingresos para obras de promoción humana y de caridad, llevadas a cabo por las mismas asociaciones o por las instituciones ya existentes en la Iglesia y en la sociedad. No se puede olvidar que la imagen más perfecta de Dios es el hombre, y Cristo está presente en los hermanos más necesitados (Mt 25,40.45)" (DRP 160)

Sería un contrasentido grande celebrar la Semana Santa en medio del despilfarro insolidario o en una actitud que delata una preocupación por salvar lo propio y despreocuparse de las necesidades ajenas cuando la fila de los parados crece sin parar, cuando tantas familias sufren verdadera angustia por falta de trabajo y tantos jóvenes se esfuerzan en vano por encontrar un primer empleo, cuando se están viviendo a nuestro alrededor situaciones de pobreza que se hacen insostenibles y que desgarran la familia o cuando existen tantos millones de hermanos que pasan hambre, víctimas de nuestra injusticia o de nuestra insolidaridad. Celebrar cristianamente la Semana Santa reclama de todos misericordia ante toda miseria humana, valor y fuerza para un compromiso solidario frente al hermano solo y desamparado, ayuda para mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Celebrar la Semana Santa, como venimos diciendo hasta la saciedad, es celebrar el Amor de Dios entregado de manera irrevocable en su Hijo que muere en el Calvario y resucita para nuestra salvación.

Por esto, celebrar con verdad la Semana Santa exige de las Cofradías, en conformidad con su identidad más propia, una conciencia más honda y concreta de las graves consecuencias que la pérdida o la tibieza de la conciencia moral solidaria tiene en la vida personal, comunitaria y social. Celebrar en cristiano los misterios santos que se contemplan esos días exige de los cofrades, como de todos los cristianos, una radical renovación personal y social capaz de asegurar justicia, solidaridad y transparencia. Para el cristiano, celebrar la semana santa reclama y exige compartir con una audacia grande que sólo puede brotar de haber acogido y creído en el amor desbordante de Dios que se despoja de todo y se rebaja hasta la muerte y una muerte de Cruz.

Ponderaba el Papa Benedicto XVI en un discurso a la Confederación de Cofradías de las diócesis de Italia la dimensión caritativa de las Hermandades. Haciendo honor a su nombre, “se han distinguido [por sus] muchas iniciativas de caridad en favor de los pobres, los enfermos y los que sufren, implicando a numerosos voluntarios, de todas las clases sociales, en esta competición de ayuda generosa a los necesitados”. No olvidemos que cuando las Cofradías comenzaron a surgir en la Edad Media, aún no existían formas estructuradas de asistencia pública que garantizaran los servicios sociales y sanitarios a los sectores más débiles de la sociedad. Hoy esa finalidad sigue vigente porque, a pesar del aumento del bienestar económico, todavía quedan muchas bolsas de pobreza y, por tanto, queda mucho por hacer en el campo de la solidaridad. Pero subraya el Papa que las Hermandades “no son simples sociedades de ayuda mutua o asociaciones filantrópicas”. Son asociaciones de cristianos que quieren vivir el Evangelio, a cuya entraña más profunda pertenece el ejercicio de la caridad y el servicio a los pobres, “por amor a Dios y por amor a los hermanos, que es el signo distintivo y el programa de vida de todo discípulo de Cristo, así como de toda comunidad eclesial”, puesto que como nos dice San Juan en su primera carta, “no podemos decir que amamos a Dios a quien no vemos, si no amamos al prójimo a quien vemos”. Sé que muchas de vuestras Hermandades se toman muy en serio este rasgo de vuestra verdadera identidad. Y me produce una gran alegría. Pienso, sin embargo, que es necesaria una mayor cooperación y coordinación entre las Hermandades para emprender juntos proyectos comunes ambiciosos, especialmente cara al Tercer Mundo.

Evitar cualquier forma de antitestimonio y escándalo que pudieran darse en el funcionamiento de las entidades, en las personas que las dirigen o en el uso que se haga de los bienes. "Con el tiempo las cofradías han conseguido crear un patrimonio económico y artístico que les lleva en ocasiones a realizar gastos cuantiosos en los actos de culto, especialmente en las procesiones. Otras veces es el pueblo el que quiere esa suntuosidad, y son los mismos fieles los que se desprenden de joyas y de dinero para el culto y el adorno de las imágenes y de los santuarios. Por eso, para evitar la extrañeza de otros cristianos y la deformación de los propios miembros de la cofradía, sería deseable que, una vez alcanzado un cierto nivel estético, se procurasen adecuar los gastos a las necesidades reales del culto dentro de un espíritu de austeridad evangélica y atendiendo también al entorno social" (DRP 153).

Con todo, esto no significa que podáis descuidar el cultivo de la vida espiritual y de la vida interior que es el motor de todas las demás actividades. En este sentido, afirma el Papa: “para comunicar a los hermanos la ternura providente del Padre celestial es necesario surtirse en el manantial, que es Dios mismo, mediante momentos prolongados de oración, mediante la escucha constante de su Palabra y mediante una existencia totalmente centrada en el Señor y alimentada con los sacramentos, especialmente la Eucaristía”. Sin un amor profundo al Señor, cultivado en la oración, es imposible mantener por mucho tiempo los compromisos fraternos y de servicio. Nunca podremos, en definitiva, amar a los pobres como Dios los ama. El Papa desea que las Hermandades y Cofradías continúen “siendo escuelas populares de fe vivida y talleres de santidad”.

“Las cofradías –reconoce el cardenal Rylko- han sido también ámbitos de diaconía de la caridad, siempre creativos y previsores. Han sabido responder a tiempo y con eficacia a los continuos desafíos y necesidades con los que en su momento, a lo largo de la historia el mundo ha interpelado a la Iglesia. Esta urgente tarea se presenta también hoy a vosotros: ¡Servir a la misión de la Iglesia en nuestros tiempos! “[14].

9. Las Cofradías y la liturgia y la piedad popular

Sin embargo, teniendo en cuenta los objetivos específicos de las cofradías de Semana Santa, la formación tiene una relación directa con los contenidos de la liturgia. Debemos resaltar las relaciones entre la liturgia y la piedad popular, ya que las cofradías están íntimamente relacionadas con esta piedad.

No podemos olvidar que estas cofradías se proponen contribuir a la celebración religiosa relacionada con los misterios de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, con contenidos y en ambientes propios de la piedad popular. Por este motivo es importante hablar brevemente de las relaciones entre la liturgia y la piedad popular y procurar también una buena formación litúrgica de los cofrades, especialmente de los que asumen responsabilidades de gobierno en la Cofradía.

La liturgia y la piedad popular son dos expresiones legítimas de culto cristiano, aunque no son homologables. Ambas no se deben oponer, ni equiparar, sino armonizar. Liturgia y piedad popular son, por tanto, dos expresiones populares que se tienen que poner en contacto mutuo y fecundo; en todo caso, la liturgia tiene que constituir el punto de referencia para encarrilar con lucidez y prudencia los anhelos de oración y de vida carismática que se encuentran en la piedad popular, y, por su parte, la piedad popular, con sus valores simbólicos y expresiones, podrá proporcionar a la liturgia algunas coordenadas para una inculturación válida y estímulos para un dinamismo creador eficaz[15].

III. EL SERVICIO DE LOS PASTORES: EL OBISPO Y LOS SACERDOTES

Es necesario que seáis atendidas por vuestro Obispo con toda solicitud pastoral. He de velar por vosotros, para que contéis con las ayudas que necesitéis en vuestra vida de fe y en las responsabilidades, legítimas y peculiares exigencias, y en las tareas asociativas cofrades.

Igualmente es necesario que esto mismo lo encontréis en los sacerdotes. Pido desde aquí a todos que os atiendan, que seáis objeto de su solicitud y caridad pastoral. Necesitáis los sacerdotes consiliarios en vuestras respectivas parroquias, como parte de las mismas parroquias; sin consiliarios que os atiendan no seriáis capaces de llevar a cabo las exigencias de formación, de oración y celebración, de impulso y aliento evangelizador que pesan sobre vosotros.

Es cierto que, en ocasiones, surgen desconfianzas, distancias y aun tensiones entre Cofradías y sacerdotes. Es necesario superarlas. Los hermanos y hermanas cofrades sois miembros amados de la Iglesia y debéis ser acogidos como lo que sois en la Iglesia, con toda amplitud, con toda solicitud y amor hacia cada uno de vosotros. Vosotros, por vuestra parte, debéis acoger, ayudar y colaborar codo con codo con los sacerdotes, como les corresponde a su misión de pastores, imprescindibles para que haya Iglesia. Si algunas veces surgen esas tensiones o se dan algunas reservas, es necesario superarlas en seguida, mirar hacia adelante, puesta la mirada en las exigencias de comunión, de fraternidad, de diálogo, de colaboración, de trabajo en la común obra de evangelización de nuestro mundo. Si, en algunos momentos, han surgido incomprensiones es preciso abrir una nueva época: la época del entendimiento, de la confianza, de la valoración mutua, de la estrecha colaboración. “Que todos seamos uno!”, como pide el Señor.

1. Estatutos renovados
La relación del obispo con cada una de las cofradías durante el proceso de aprobación y durante su vida y actividad es una auténtica garantía para estas instituciones y para todos sus miembros. El pastor diocesano debe aprobar los Estatutos de las Cofradías. Los Estatutos se deben observar siempre porque son una garantía para la propia Cofradía y también para todos sus miembros, que se entregan con interés y generosidad a la Cofradía.

Como asociaciones eclesiales, que cultivan el sentido de pertenencia a la Iglesia, su amor hacia ella y su comunión con ella, habréis de guardar celosamente vuestra identidad, rigiéndoos por vuestros propios Estatutos debidamente aprobados por la Iglesia, y, por lo mismo, vuestra independencia y libertad, que no puede ser instrumentalizada por nada ni nadie ajeno a la misma Iglesia. Puesto que vuestros fines y contenidos son religiosos y no culturales, el patrimonio artístico no altera vuestra propia identidad cristiana y eclesial. Los recursos de las Cofradías habrán de estar al servicio de su vida y misión eclesiales. La gestión económica habrá de inspirarse en la enseñanza moral de la Iglesia, guiada por una coherente jerarquía de valores, entre los que destaca la caridad cristiana, obra y don del Espíritu. A este respecto, es preciso valorar las necesidades y las actividades de conformidad con sus fines y procurar administrar rectamente los recursos, siempre con el sentido de austeridad evangélica y caridad cristiana, a tenor de las normas canónicas.

Los Estatutos al paso de los años pueden quedar desfasados. Esta es una realidad que han experimentado con el paso del tiempo muchas asociaciones. "La promulgación del Código de Derecho Canónico de 1983 ha hecho necesario adecuar la legislación diocesana y los Estatutos de las Cofradías y Asociaciones piadosas a la nueva legislación general de la Iglesia. Junto a esta tarea se han actualizado los reglamentos y se han revisado los libros devocionales que contienen las prácticas de piedad obligatorias o aconsejadas para los cofrades"(DRP 157). Está prevista la actualización de los Estatutos en sus artículos. Hay que tener presente que las modificaciones de los Estatutos, aun aprobadas por la asamblea general de la Cofradía, no entran en vigor hasta que han sido aprobadas por la autoridad eclesiástica competente. Esta es una medida sensata que establece la normativa canónica en bien de las asociaciones y como expresión de la comunión eclesial[16].

Es muy importante que en las celebraciones de asambleas generales y de otros órganos de gobierno de las cofradías, los dirigentes tengan a mano – además del libro por antonomasia para los cristianos, que es la Biblia – los Estatutos, y que antes de tomar decisiones o de realizar elecciones, que están reguladas en los estatutos, se lean los artículos pertinentes para que se actúe siempre de acuerdo con lo que es la norma constitucional de la Cofradía. Para decirlo de una manera gráfica, en la mesa de la presidencia debe haber dos libros: la Biblia y los Estatutos[17].

2. Nuevos cofrades

¿Hay una fisonomía eclesial del cofrade? En los que forman las Cofradías penitenciales o aspiran a ser sus miembros deberían confluir algunos rasgos cristianos específicos. El alma que impulsa y unifica la actividad del cofrade es la fe cristiana y la devoción personal, por supuesto siempre dispuesta a madurar. En la pertenencia a una Cofradía debe haber siempre un sentido de Iglesia. Todo cofrade, que significa hermano, a la luz de la historia más genuina de las cofradías, debe tomar parte en alguna actividad de carácter caritativo-social y en un proceso de formación inicial o permanente. Ser cofrade es algo muy digno que debe abarcar la vida entera. Pero en algunas ocasiones muchos llevan el nombre de cofrade y luego se olvidan de vivir de forma coherente con lo que significa tal nombre.

El cofrade que, consciente de su identidad y de lo importante que es seguir a Jesucristo, se une a otros hermanos con idéntica inquietud para la mutua ayuda en orden al crecimiento espiritual y al apostolado:

Es un cristiano consciente y responsable. El cristiano es el discípulo de Cristo, es decir, el que por la fe reconoce a Jesucristo como Dios y hombre verdadero, que ha venido al mundo para salvarnos y cuya vida y palabra dan sentido a la vida

Es discípulo de Cristo. Significa estar aprendiendo constantemente de El. Leer con frecuencia el Evangelio. Empeñarse en una formación permanente, no necesariamente académica y complicada. Pero sí asidua. Quien no se toma en serio profundizar en el conocimiento y seguimiento de Jesucristo, acaba por no entender lo que distingue al cristianismo de otras religiones y creer que lo importante es no hacer mal a nadie.... El Catecismo de la Iglesia Católica puede ser un buen instrumento.

Es peregrino del amor. Dios que es amor, ha creado todo por amor. Por eso el hombre que ama, vive. Y está llamado a vivir, en la medida de lo posible, en la comunidad de amor del Dios trino. El amor crea relación, comunicación. Ser cristiano es tomar conciencia de que Dios nos ama y lanzarnos, desde el amor de Dios, a querer a los hermanos. Viviendo en el amor cristiano, construye la comunidad

Es hombre de Iglesia. Ser cristiano y sentirse Iglesia son dos dimensiones que se implican mutuamente. Pretender vivir la fe cristiana al margen de la Iglesia es un grave error. El cofrade entiende la Iglesia como su espacio natural para vivir la fe. La santidad de la Iglesia no es ocasional ni fluctuante, sino plena y esencial. Esa es nuestra fe. Y ese es nuestro gozo porque sabemos que la santidad capital de la Iglesiarepercute en beneficio de los miembros que acogen la gracia de Cristo. Por la santidad de la Iglesia podemos ser santos. Y por la santidad de sus miembros podemos encontrar apoyo en nuestro camino de santidad. El cofrade ama y defiende a la Iglesia. Deterioran la imagen de la Iglesia los enfrentamientos entre la jerarquía de la Iglesia y alguna asociación erigida canónicamente. La Iglesia tiene unos objetivos, unos horizontes y unos instrumentos de acción que no coinciden con la sociedad civil, con la que algunos la pretenden confundir. El cofrade entiende y asume la institución eclesial. La Iglesia es una en la misión y diversa en los ministerios.

Más preocupado por la calidad que por el número. Importa mucho la selección a la hora de admitir y plantear exigencias a quienes pretenden ser miembros de las Cofradías. No hay por qué excluir a nadie que reúna las disposiciones mínimas exigibles; pero no importa demasiado el número. Debe preocupar la calidad. Hay que tener todo el respeto y la paciencia necesaria con los ritmos personales de cada uno y comprensión hacia las debilidades y fragilidades de todos. Pero esto no debe, en modo alguno, justificar la pereza, no dar pasos hacia una fe más viva y operante, y contentarse con el hecho de contar muchos ‘apuntados’ pero poco identificados con lo que es una Hermandad o Cofradía, tal y como la Iglesia pide[18].

3. Cargos directivos

El auténtico cofrade no rehúye los cargos directivos, ni tampoco los busca. Importa también mucho la elección de los cargos directivos de las Cofradías. Estos reciben una misión encomendada por la Iglesia y han de actuar en su nombre y siguiendo sus orientaciones. Su función no se reduce a una mera gestión administrativa u organizativa. Se trata de un apostolado, una responsabilidad, un servicio a la Iglesia. Por ello entraña una peculiar responsabilidad y comunión. En la Iglesia, las responsabilidades no se improvisan, requieren condiciones de idoneidad personal y apostólica, vida eclesial probada, formación, espiritualidad, compromiso. Es necesario crear nuevas formas de acompañamiento y comunión en favor del mejor cumplimiento de las responsabilidades. El estilo de participación y colaboración en la Iglesia no se inspira en la organización de la vida política o pública, sino en la comunión y corresponsabilidad, que el Espíritu Santo siembra en el cuerpo eclesial de Cristo.

Importa mucho la selección a la hora de admitir y plantear exigencias a quienes pretenden ser miembros de las Cofradías. No hay por qué excluir a nadie que reúna las disposiciones mínimas exigibles. Pero no importa demasiado el número; debe preocuparnos sobre todo la calidad. Hay que tener todo el respeto y la paciencia necesaria con los ritmos personales de cada uno y comprensión hacia las debilidades y fragilidades de todos. Pero esto no debe, en modo alguno, justificar la pereza, no dar pasos hacia una fe más viva y operante, y contentarse con el hecho de contar muchos ‘apuntados’ pero poco identificados con lo que es una Cofradía, tal y como la Iglesia pide.

Si la formación es muy importante para todos los cristianos, y para todos los cofrades, debe serlo particularmente para los que son los dirigentes de las Cofradías, sus Hermanos Mayores o Presidentes de las mismas. Los dirigentes de una Hermandad, entre los que se encuentra también el Consiliario, han de constituir un núcleo donde, en primer lugar, se cultiva la vivencia de los misterios de Cristo que dan contenido a sus fines; están puestos al frente de las Cofradías para servirlas, impulsándolas y animándolas. A los dirigentes les corresponde asimismo actualizar, de acuerdo con la renovación de la Iglesia, los métodos y actividades relacionadas con sus fines. Han de fomentar entre sus hermanos y hermanas cofrades el sentido de pertenencia y la integración en la vida diocesana y parroquial. Fomentarán entre los asociados la vivencia de los fines propios de la Cofradía y cuidarán la mejor participación de todos los cofrades en los actos propios que configuran la vida de la Cofradía favoreciendo una creciente corresponsabilidad en el desempeño de la índole secular común a todos los cristianos.


La actitud que han de tener los que ocupan cargos directivos no puede ser otra que la de Jesús, que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida para salvación de todos. Las actitudes de servicio y de disponibilidad de los miembros de las Cofradías son las que todos deberían tener, sin buscar los propios intereses y renunciando a personalismos y a protagonismos indebidos. Los dirigentes de las cofradías deben dar testimonio de vivir aquellos contenidos de la espiritualidad de comunión para que sirva de ayuda y estímulo para los otros miembros. En definitiva, todos los Cofrades deben buscar el bien de la Iglesia y de la Cofradía y tienen que elegir a los miembros que mejor puedan realizar los servicios que se necesitan. Los obispos del Sur de España, en su carta pastoral sobre las cofradías, afirman: “Deseamos que aquellas personas que ejercen cargos políticos de relieve, en los que están sometidos a ideologías y a la disciplina de partidos concretos, se abstengan de participar en el ejercicio del gobierno de las Hermandades, de las Cofradías y de sus consejos locales, por ser esta la forma más conveniente de evitar los conflictos de conciencia, de salvaguardar la coherencia y la libertad de la persona”[19].

Al recordar estas exigencias no estoy haciendo juicio de nadie, sino recogiendo el sentir de la Iglesia y vuestro propio sentir. Algunos de vosotros me lo habéis manifestado en no pocas ocasiones. Quiero dejar aquí constancia y testimonio de sincero agradecimiento a los hermanos y hermanas de las Juntas de Gobierno que estáis cumpliendo este servicio con entrega y con sentido cristiano y eclesial. Sé que vuestra tarea no es fácil y que, con más frecuencia de la que pueda parecer, es fuente de sufrimientos.

Conclusión: Una llamada a la conversión y a la renovación


Me dirijo a vosotros para invitaros a la conversión y a la renovación. Es Dios mismo quien os llama a volveros a El en este tiempo de gracia que nos toca vivir. Hoy, época de secularismo y descristianización, de nuevo paganismo y de increencia ambiental y cultural, no se puede suponer, sin más, ni la conversión ni la fe por el hecho de que se participe en actos religiosos cristianos. Por otra parte es tiempo de misión y para anunciar el Evangelio con hechos y con palabras resulta imprescindible una renovada adhesión de mente y de corazón, de la persona y de la vida toda, a Jesucristo.

Dirijamos todos atentamente nuestra mirada a Jesucristo para aceptarle plenamente como nuestro único Señor y Salvador. Sigamos a quien es para nosotros el Camino, la Verdad y la Vida. Nuestro centro de atención cada día, y de manera singular en los momentos presentes, ha de ser Jesucristo. Más allá y por encima de los aspectos organizativos, más allá de los usos y costumbres, todo en la vida cofrade ha de orientarse a buscar y encontrar a Jesucristo, en la Palabra, en los sacramentos, en la Iglesia.

De una manera muy especial pido para vosotros y para mí el regalo de la conversión. La conversión a Dios tal y como Dios se nos ha revelado en Jesucristo es, sin duda, el bien más grande que los cristianos podemos hacer a los hombres y a la sociedad. Y es un bien que el mundo de hoy reclama de nosotros, también de los cofrades, y que tiene derecho a pedirnos.

Es verdad que, como al andar hombres por medio y en el correr de los tiempos, se han podido mezclar aspectos que desfiguran la propia naturaleza religiosa y cristiana de estas asociaciones. Ciertamente las formas de vida y las realizaciones prácticas de las Hermandades y Cofradías, al igual que otras formas de vida e instituciones de nuestra Iglesia, necesitan reforma y purificación conforme a las exigencias del Evangelio. Como dijo el Papa Juan Pablo II en el santuario de Nuestra Señora del Rocío, vuestras actividades en las Hermandades tienen “mucho de positivo y alentador, pero se les ha acumulado también... ‘polvo del camino’, que es necesario purificar!”. Se necesita volver a “las raíces evangélicas de la fe” en Jesucristo, en las que se asientan las Hermandades y la religiosidad popular. Es necesaria una verdadera y sincera conversión, una auténtica reforma, que es, ante todo, renovación interior de la mente y del corazón, para asemejarnos más a Jesucristo. Sólo así seremos testigos convincentes de la humanidad nueva que Cristo ha inaugurado en la tierra.

Queridos hermanos de las Cofradías de nuestra diócesis de Mondoñedo-Ferrol: Confío en vosotros. También espero mucho de vosotros. Por ello todos estamos llamados a renovar, fortalecer y animar nuestras Cofradías. A todos pido esfuerzo y generosidad. Tenéis todo mi apoyo pero reclamo el vuestro y vuestra colaboración. Hay que superar inercias y rutinas para acercarnos a la vida nueva de la Pascua. Al servicio de esto está la normativa diocesana: los Estatutos ‘marco’ para las Cofradías, para las Juntas de Cofradías, para la elección de Hermanos Mayores, otras directrices, etc. No se trata de poner trabas ni dificultades. No hay ningún recelo, ni se pretende imponer cargas pesadas. Todo es llevadero si lo hacemos con buen espíritu: el espíritu de fe y el sentido de Iglesia. No veáis otra cosa en esta Carta que el valor que atribuyo a las Cofradías, y la certeza de que cuento con vuestra colaboración y vuestro ánimo. Que Dios y su gracia nos sostengan. No tengamos ningún miedo. Merece la pena esta renovación. El Señor y la Santísima Virgen nos ayudarán. Estamos seguros.

Con mi bendición para todos,

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol
Ferrol, 25 de febrero de 2009. Miércoles de ceniza.


[1]Cardenal RYLKO, Homilía en la Eucaristía de apertura del II Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías organizado por la Universidad Católica de Murcia, noviembre de 2007. Para redactar esta Carta Pastoral me he servido de las publicaciones sobre este tema de los cardenales A. CAÑIZARES, AMIGO y MARTÍNEZ SISTACH que abordan los aspectos teológicos, pastorales y canónicos de los cuales son verdaderos especialistas.

[2] BENEDICTO XVI, A las cofradías de Italia, 27.11.2007.

[3] El Código de Derecho Canónico de 1917 regulaba explícitamente las cofradías (Cf. Cán. 700 – 725). El Código de 1983 no menciona explícitamente las Cofradías, sin embargo queda claro que las regula ya que son asociaciones eclesiales y quedan incluidas en la regulación canónica de las asociaciones de fieles (Cf. Cardenal Ll. Martínez Sistach, Las asociaciones de fieles, 5ª ed., Barcelona 2004, 143 - 148 )

[4] Cf. Cardenal Ll. Martínez Sistach, Las asociaciones…., 168 – 171. Podéis consultar, también, la “Instrucción sobre asociaciones canónicas de ámbito nacional”, de la Conferencia Episcopal Española, de 24 de Abril de 1986, núm. 35.

[5] G. CARRIQUIRY, Subsecretario del Consejo Pontificio para los laicos, en el Seminario de Obispos celebrado en Roma, junio, 1999, sobre los “Nuevos movimientos y realidades eclesiales”.

[6] Carta Apostólica Al inicio del nuevo milenio, 43.

[7] Treballs del 2n Congrés de les Confraries, Congregacions i Germandats de Setmana Santa, Gerona 2006, 1, 3, 89.

[8] Lc 10,16.

[9] Cardenal RYLKO, Homilía en la Eucaristía de apertura del II Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías organizado por la Universidad Católica de Murcia, noviembre de 2007.

[10] Cardenal C. AMIGO VALLEJO, Carta pastoral de 1 de Octubre de 1999.

[11]JUAN PABLO II, Discurso en el Santuario de Ntra. Sra. del Rocío, de 14 de Junio de 1993.

[12] Cf. Jn 11,52.

[13] Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 106. J. MANZANARES, “Las Cofradías de Semana Santa a la luz del Derecho y de las actuales corrientes pastorales”, en J. SÁNCHEZ HERRERO, Las Cofradías de la Sta. Vera Cruz, Sevilla 1995, 36 – 40.

[14]Cardenal RYLKO, Homilía en la Eucaristía de apertura del II Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías organizado por la Universidad Católica de Murcia, noviembre de 2007.

[15] Cf. Directorio sobre piedad popular y liturgia, 58.

[16] Para entender mejor el sentido de los estatutos de una asociación y para posibles elaboraciones de estatutos, puede consultarse el contenido del capítulo “Los estatutos de las asociaciones de fieles” y el apéndice 1, en Lluís MARTÍNEZ SISTACH, Las asociaciones de fieles,5ª ed., Barcelona 2004, 43 – 55 y 173 – 192.

[17] Los Estatutos establecen que la Asamblea general de la asociación es el órgano supremo, sin embargo esto no significa que la Asambleapueda decidir en contra de los Estatutos vigentes, sino que está siempre sometida a lo que establecen los Estatutos y el derecho canónico vigente. Esta observación es una expresión auténtica de la actuación democrática que debe haber en una asociación. Así pues, hay que entender bien el significado exacto cuando se habla de la Asamblea general como órgano supremo de la asociación.

[18] Mons. S. GARCÍA ARACIL, Identidad y gozo del cofrade. Boletín Oficial del Obispado de Jaén, nov. 2000, 343-354.

[19] Núm 16.

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