La Iglesia Católica celebra hoy la Ascensión del Señor. Antes del concilio Vaticano II era el Jueves de Ascensión. Como el estilo de vivir —de prisa y atraído por múltiples intereses— dificulta a muchos creyentes la participación en fiestas religiosas entre semana, se cambió al domingo, pero el motivo es el mismo: celebrar la glorificación de Cristo, el final de su historia terrena.
Es la última despedida, la definitiva. Para despedirse solemnemente ha citado al monte, al campo, sólo a 11 discípulos. Es una mañana de primavera, luminosa y tibia.
Cantan por todas partes los pajarillos, el viento juega entre los árboles. Unas pocas nubes han salido a pasear por el ambiente azul.
Ya es el momento final. En ellos deja su reino. Ellos —con Pedro a la cabeza— llevaron la buena nueva a los hombres: “Vayan, por todo el mundo, prediquen, bauticen; el que crea y se bautice se salvará.” Y luego, a la vista de ellos, mientras los bendecía se fue elevando, hasta que una “envidiosa” nube lo oculto. Silenciosos, absortos, lo siguieron con sus miradas. Allí terminó una historia de 33 años: la historia terrestre del hijo de Dios que bajó a la tierra.
“ Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al padre”.
Su muerte, su resurrección y su Ascensión son tres cumbres. “Ha llegado la hora de que el hijo del hombre sea glorificado. Así les dijo a sus discípulos la noche de la ultima cena, quizá no entendieron entonces —lo entenderían después— que la glorificación del hijo de Dios sería entregarse a la muerte –—y muerte de cruz —, para la salvación de todos con el precio redentor de su sangre, de su vida; luego resucitar glorioso y volver al Padre. Su ascensión es la tercera cumbre de su glorificación.
Después de esta última cita, los apóstoles volvieron tristes y alegres.
Lo primero: “Dicen que no son tristes las despedidas… Dile al que te lo dijo que se despida”.
Alegres, porque con la glorificación de su maestro se abrió para ellos, allá en las alturas, la puerta de la inmortalidad.
Esta separación gloriosa era un indicio claro de que ciertamente sería recompensada su generosidad, su fidelidad.
Jesús, el hijo de Dios, bajó para que los hombres subieran.
Subió para llevarlos consigo. Jesús es la alegría de los hombres, como lo expresó Bach con su arte musical: “Jesús, nuestra esperanza, alegría de los hombres”.
José Rosario Ramírez M.
Servicio o servilismo
Toda persona tiene derecho a una legítima aspiración a superarse en la vida. Lo justo y honesto es lograrlo con base de esfuerzo, trabajo, capacidad, honradez, respeto a los derechos de los demás y otras virtudes ejercitadas. Sin embargo, son muchos los que buscan hacerlo y lo logran a base de actitudes serviles, es decir, de servilismo.
Por servilismo se entiende una ciega y baja adhesión a la autoridad. El servilismo es lo opuesto al servicio auténtico, porque éste último se realiza con transparencia, con pureza de intención, buscando el bien del otro antes que el propio; es decir, el primero es motivado por el amor desordenado de sí mismo, o lo que es lo mismo, por el egoísmo; y el segundo lo es por el amor inspirado y alimentado por el Espíritu de Dios.
Un ejemplo de servilismo es Judas, el apóstol traidor; uno de servicio, es Jesús, el servidor por antonomasia. Judas se adhirió a Jesús buscando lograr sus propios fines, sus propias aspiraciones.
De Jesús podríamos escribir y escribir como el modelo de servidor ya que sirvió hasta el extremo de dar su vida y motivado sólo por el amor, y no terminaríamos. Bastaría entonces con una declaración que el mismo Jesús hiciera al respecto: “El que aspire a ser más que los demás, se hará servidor de ustedes. El que quiere ser el primero, debe hacerse esclavo de los demás. A imitación del Hijo del Hombre, que no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida como rescate de una muchedumbre.”(Mt 20, 26-28.
El servilismo nos esclaviza, somete nuestra libertad y nuestra voluntad a las cadenas de la corrupción, de la ruindad, fruto del pisotear nuestra dignidad humana. El servilismo nos hunde en el fango de una vida lastimera, llena de angustia, de frustración y de obscuridad.
El servicio en cambio, nos hace libres; nos hace madurar y plenificarnos como personas; nos eleva, nos asciende a la dignidad de hijos de Dios, suscita en nosotros una vida colmada de felicidad, paz y luz, al asemejarnos al Hijo Único, al ser “hijos en el Hijo”.
Jesús es el servidor obediente por excelencia y por eso el Padre lo glorifica al ascenderlo y sentarlo a su derecha, es decir, compartiendo la autoridad y el poder de Él.
Si queremos verdaderamente seguir a Jesús, hemos de ser auténticos servidores motivados por el amor, y no personas serviles, particularmente en nuestra vida de fe, ya que a Jesús y a su Reino se le puede servir únicamente en la libertad del Espíritu, porque de otra manera se estaría sirviendo a uno mismo o a los intereses del Enemigo.
Francisco Javier cruz Luna
Una oración
Señor Jesús, tú eres el auténtico Maestro de la humanidad.
Tú nos enseñas con tu Palabra viva la Verdad y el amor que son la máxima sabiduría de este mundo…por eso hoy venimos a ti, para a pedirte por los maestros y por todos nosotros para que nos ayudes a seguir tu ejemplo y compartir lo mejor de la vida con todos aquellos que viven con nosotros y con los que pasan a nuestro lado.
Te lo pedimos por intercesión de san Anacleto Gonzáles Flores, que supo ser propagador de tu nombre y testigo de fe en TI.
María Belén Sánchez, fsp
Es la última despedida, la definitiva. Para despedirse solemnemente ha citado al monte, al campo, sólo a 11 discípulos. Es una mañana de primavera, luminosa y tibia.
Cantan por todas partes los pajarillos, el viento juega entre los árboles. Unas pocas nubes han salido a pasear por el ambiente azul.
Ya es el momento final. En ellos deja su reino. Ellos —con Pedro a la cabeza— llevaron la buena nueva a los hombres: “Vayan, por todo el mundo, prediquen, bauticen; el que crea y se bautice se salvará.” Y luego, a la vista de ellos, mientras los bendecía se fue elevando, hasta que una “envidiosa” nube lo oculto. Silenciosos, absortos, lo siguieron con sus miradas. Allí terminó una historia de 33 años: la historia terrestre del hijo de Dios que bajó a la tierra.
“ Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al padre”.
Su muerte, su resurrección y su Ascensión son tres cumbres. “Ha llegado la hora de que el hijo del hombre sea glorificado. Así les dijo a sus discípulos la noche de la ultima cena, quizá no entendieron entonces —lo entenderían después— que la glorificación del hijo de Dios sería entregarse a la muerte –—y muerte de cruz —, para la salvación de todos con el precio redentor de su sangre, de su vida; luego resucitar glorioso y volver al Padre. Su ascensión es la tercera cumbre de su glorificación.
Después de esta última cita, los apóstoles volvieron tristes y alegres.
Lo primero: “Dicen que no son tristes las despedidas… Dile al que te lo dijo que se despida”.
Alegres, porque con la glorificación de su maestro se abrió para ellos, allá en las alturas, la puerta de la inmortalidad.
Esta separación gloriosa era un indicio claro de que ciertamente sería recompensada su generosidad, su fidelidad.
Jesús, el hijo de Dios, bajó para que los hombres subieran.
Subió para llevarlos consigo. Jesús es la alegría de los hombres, como lo expresó Bach con su arte musical: “Jesús, nuestra esperanza, alegría de los hombres”.
José Rosario Ramírez M.
Servicio o servilismo
Toda persona tiene derecho a una legítima aspiración a superarse en la vida. Lo justo y honesto es lograrlo con base de esfuerzo, trabajo, capacidad, honradez, respeto a los derechos de los demás y otras virtudes ejercitadas. Sin embargo, son muchos los que buscan hacerlo y lo logran a base de actitudes serviles, es decir, de servilismo.
Por servilismo se entiende una ciega y baja adhesión a la autoridad. El servilismo es lo opuesto al servicio auténtico, porque éste último se realiza con transparencia, con pureza de intención, buscando el bien del otro antes que el propio; es decir, el primero es motivado por el amor desordenado de sí mismo, o lo que es lo mismo, por el egoísmo; y el segundo lo es por el amor inspirado y alimentado por el Espíritu de Dios.
Un ejemplo de servilismo es Judas, el apóstol traidor; uno de servicio, es Jesús, el servidor por antonomasia. Judas se adhirió a Jesús buscando lograr sus propios fines, sus propias aspiraciones.
De Jesús podríamos escribir y escribir como el modelo de servidor ya que sirvió hasta el extremo de dar su vida y motivado sólo por el amor, y no terminaríamos. Bastaría entonces con una declaración que el mismo Jesús hiciera al respecto: “El que aspire a ser más que los demás, se hará servidor de ustedes. El que quiere ser el primero, debe hacerse esclavo de los demás. A imitación del Hijo del Hombre, que no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida como rescate de una muchedumbre.”(Mt 20, 26-28.
El servilismo nos esclaviza, somete nuestra libertad y nuestra voluntad a las cadenas de la corrupción, de la ruindad, fruto del pisotear nuestra dignidad humana. El servilismo nos hunde en el fango de una vida lastimera, llena de angustia, de frustración y de obscuridad.
El servicio en cambio, nos hace libres; nos hace madurar y plenificarnos como personas; nos eleva, nos asciende a la dignidad de hijos de Dios, suscita en nosotros una vida colmada de felicidad, paz y luz, al asemejarnos al Hijo Único, al ser “hijos en el Hijo”.
Jesús es el servidor obediente por excelencia y por eso el Padre lo glorifica al ascenderlo y sentarlo a su derecha, es decir, compartiendo la autoridad y el poder de Él.
Si queremos verdaderamente seguir a Jesús, hemos de ser auténticos servidores motivados por el amor, y no personas serviles, particularmente en nuestra vida de fe, ya que a Jesús y a su Reino se le puede servir únicamente en la libertad del Espíritu, porque de otra manera se estaría sirviendo a uno mismo o a los intereses del Enemigo.
Francisco Javier cruz Luna
Una oración
Señor Jesús, tú eres el auténtico Maestro de la humanidad.
Tú nos enseñas con tu Palabra viva la Verdad y el amor que son la máxima sabiduría de este mundo…por eso hoy venimos a ti, para a pedirte por los maestros y por todos nosotros para que nos ayudes a seguir tu ejemplo y compartir lo mejor de la vida con todos aquellos que viven con nosotros y con los que pasan a nuestro lado.
Te lo pedimos por intercesión de san Anacleto Gonzáles Flores, que supo ser propagador de tu nombre y testigo de fe en TI.
María Belén Sánchez, fsp
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